1- El inicio del viaje
- Daniel Hernández
- 11 nov 2019
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 22 abr 2020
Tedioso. Eso es lo que define nuestro vuelo. Claro que hay vuelos mucho más largos y mucho peores, no lo negaré, pero para mi corta experiencia en esto de los viajes… el peor de todos sin lugar a dudas.
Un total de 29 horas de viaje desde que salió nuestro avión desde Madrid hasta llegar a Windhoek, pasando por Doha y Johannesburgo. En su favor, diré que los vuelos con Qatar Airways se hacen amenos debido a las películas que te ofrecen, y el flujo casi continuo de comida, aunque en mi opinión mucho de ese esfuerzo debería ir en unos asientos más cómodos. Se te queda el culo-carpeta.

Increíble la llegada a Qatar con las cámaras del avión, viendo todas las islas y edificios de lujo… Pero lo peor de todo fue la escala en Johannesburgo, debido a que cancelaron nuestro vuelo inicial y el nuevo se demoraba unas cuantas horas más, haciendo la espera de más de 6 horas de escala, con cansancio acumulado de dos vuelos.
Pero finalmente llegamos a Windhoek, donde tuve problemas para entrar ya que no me querían dar el visado para 3 meses de estancia, pues decían que era demasiado tiempo. Una experiencia exasperante ya que no entendía muy bien el inglés del hombre que me atendía que además parecía bastante irritado con mi decisión de estar 3 meses allí.
No sabía valorar todo lo que hay que ver en su país. Pero finalmente, me dejaron entrar viendo que mis acompañantes seguían el camino sin trabas.
Y mis acompañantes eran un equipo pintoresco: Germán, un amigo del Máster, malagueño y amante de los herpetos; el que iba a ser mi compañero de batallas en Namibia. El segundo componente era Adri, otro amigo biólogo de Málaga, experto en SIG (una ciencia que relaciona la biología con los mapas), que nos acompañaría el primer mes. Y finalmente, Paco, mi supervisor del TFM. Otro andaluz curtido en viajes, un investigador adicto al trabajo que decidió acompañarnos a poner en marcha esta aventura.
Y allí nos esperaba el quinto de la expedición; Viktor, nuestro compañero en Praga, que está haciendo un doctorado con leopardos en Namibia. Daba comienzo nuestra aventura. Tres andaluces, un eslovaco y un charro en Namibia. El chiste se cuenta solo.
Pasamos los primeros cuatro días en Windhoek para que todos pudiéramos solucionar algunos papeleos, y también disfrutar de la capital.
Viktor se encargaba de todo, nos había ido a buscar en coche así que nos facilitaba bastante las cosas…y como siempre, lo primero que hicimos fue cambiar algo de dinero a la divisa local para poder movernos tranquilamente o para que alguno se lo gastase en suvenires y comida.
Y de ahí nos dirigimos al AirBnB que había reservado Viktor, y seguidamente al que sería nuestro restaurante icónico de la ciudad, el “Joe’s Beerhouse”. Allí pude probar carne de animales locales.
Ya había probado el antílope eland en Praga, pero aquí pude probar el cocodrilo, con su sabor entre pollo y pescado que variaba según el trozo que cogieras… y también el “Bushman sosatie”, una brocheta con carne de springbok, orix, kudu y cebra…y pollo, sí, pollo. Tienen esa brocheta y en vez de poner carne de avestruz o gallina de Guinea, que ves hasta por la carretera, ponen pollo…de los pocos fallos de lógica del restaurante.
De todos mis favoritos fueron en kudu y la cebra. Ríquisimos, y la cerveza local también muy buena. Además del sitio, que también estaba muy logrado en cuanto a decoración.
Y para el postre… ese día no lo descubriría, pero en los siguientes puse en la lista de fijos al “Malva pudding”, un pequeño pastel de albaricoque que también estaba delicioso.
De izquierda a derecha: Bushman sosatie, cocodrilo con espinacas, la decoración del bar y el malva pudding.
Pero bueno cambiemos de tercio y dejemos la comida aparte. También hicimos otras cosas aparte de comer en esos días.
El primer día visitamos el Museo Nacional de Namibia. En el contaban las atrocidades de la segregación racial del Apartheid, y en general de una historia tintada de sangre y sufrimiento que sin duda ha marcado el país.
Otro día visitamos el jardín botánico. Desgraciadamente, entre la sequía y que agosto es pleno invierno en el hemisferio sur… no estaba en su mejor momento.
La Welswitschia mirabilis que tantas ganas tenía de ver estaba sin una sola hoja. Pero ya en estos primeros días pude ver bastante avifauna que me dejaba totalmente sorprendido. Aves muy diferentes a las europeas, como turacos, suimangas, coloridos estorninos que relucían al sol… y las gallinas de guinea, esa cosa parecida a un ave de corral con una extraña protuberancia en la cabeza cual antena parabólica y que a priori parece tranquila, pero no las molestes porque tienen mal genio.
De izquierda a derecha: Welswitschia mirabilis, Euphorbia virosa, suimanga oscuro (Cinnyris fuscus), pájaro ratón dorsiblanco (Colius colius), gallina de guinea (Numida meleagris).
También aparecieron por el jardín botánico otros animales como el agama de roca (Agama planiceps) con unos vistosos colores que sin duda se cobraron toda mi atención, y el damán del cabo, un pequeño mamífero de aspecto de hámster gigante y gordo, quizás con aires de tonto, pero que sorprende con agilidad atípica para una albóndiga con pelo. Pero más que su agilidad, asombra que realmente está más emparentado con los elefantes.
Y no fue lo único que visitamos… Entre nuestras varias visitas a Joe’s Beerhouse, visitamos el centro de la ciudad, aunque no tiene los edificios históricos a los que nos tienen acostumbrados las ciudades europeas, había zonas con encanto.
De izquierda a derecha: Iglesia de Cristo (luterana), monumento del meteorito de Gabaón, y atardecer en vista aérea de Windhoek.
Y un día hicimos un Safari.
Entramos con el coche y un pequeño mapa que indicaba la carretera principal, una ruta andando y una ruta accesible para 4x4.
Nosotros llevábamos un 2x4 pero el hombre encargado de la entrada nos dijo que dependía de las habilidades del conductor.
Y Viktor, después de un año haciendo su doctorado en la granja conduciendo por caminos de locura, llenos de arena, piedras y pendientes, se sentía con las agallas de hacerlo.
Y así fue entramos por el camino para 4x4 y vimos un chacal nada más llegar, pasando fugaz como una sombra. Y tan solo unos metros más adelante, nuestros ojos entrenados con los años y con muchas ganas de ver animales, fueron capaces de divisar unas jirafas a lo lejos.
Y seguimos por el camino, esperando poder acercarnos más a ellas o a cualquier animal que hubiese en la zona. Pero se iba volviendo cada vez más complicado el avance hasta que llegamos a una zona peliaguda, entre una pendiente hacia abajo con una piedra enorme y otra ascendente con mucha arena y socavones…nos quedamos atascados. Conseguimos sacar el coche de la arena con un gato, excavando y poniendo elementos para facilitar el agarre, pero el coche no conseguía subir la cuesta.
Después de un par de horas de varios intentos y poner piedras, palos y las alfombrillas del coche en el camino, decidimos que había que buscar otra solución. Pero Viktor no tenía cobertura ni tampoco el teléfono del parque, ya que no aparecía en los papeles que nos habían dado.
Así pues, decidimos intentar otra cosa ya que sacar el coche por nosotros mismos no parecía una solución. Viktor y Adri fueron en busca de señal mientras nosotros esperábamos con el coche por si venía alguien a buscarnos. Y aunque tardaron un rato en encontrar el camino donde estábamos, al final consiguieron encontrarnos y sacar el coche sin problemas.
Resultó que ese camino en el que estábamos no aparecía en el mapa y no era el de 4x4, que estaba un poco más adelante. Llegamos a ese camino 4x4 y esta vez lo hicimos sin problemas, y pudimos ver una hembra de facóquero con toda su prole, comiendo hierba arrodillados sobre las patas anteriores.
También pudimos ver unos kudus en la lejanía, y justo a unos metros del coche unos ñus tumbados disfrutando de la sombra.
Nuestro plan inicial era ir a otro safari por la tarde, pues este era barato y pequeño y el recorrido en coche no ofrecía mucho más. Pero Okakuya, el otro safari, ya estaba lleno. Por ello, nos decidimos a hacer la ruta de “9 km” que se podía hacer andando.
Y digo nueve pero realmente fueron más, aunque nos dio totalmente igual porque pudimos ver un montón de animales, desde babuinos a pocos metros (cosa que inquietó un poco, pues pueden ser realmente peligrosos), kudus bebiendo, springbok, Trachylepis (lagartos de los que nos gustan), patos, mangostas, carracas, un loro de Rupell… En definitiva, que mereció la pena con creces.
De izquierda a derecha: Laniotordo (Lanioturdus torquatus), tejedor gorrión cejiblanco (Plocepasser mahali), springbok (Antidorcas marsupialis), roquero de Namibia (Monticola brevipes), jirafa (Giraffa camelopardalis angolensis), ñu azul (Connochaetes taurinus), hembra de agama roqueño (Agama planiceps), papión chacma (Papio ursinus).
Y tras estas experiencias y la diversión, tocaba empezar a pensar en lo que habíamos venido a hacer… buscar reptiles.
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