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3- El río Orange

Actualizado: 22 abr 2020


Seguíamos el cauce seco de un río, hasta que llegamos a la trampa. Una enorme jaula de metal, abierta por ambos lados y con una cabeza de oveja colgando del centro.

Viktor había puesto cámaras trampa para ver si pasaban los leopardos a través de ella. Estaba inactivada, pues solo quería ver si pasaban y en tal caso, que se acostumbrasen a esta, y eventualmente algún día atraparlo para colocarle un collar con radiotransmisor que ayudase a su conservación.

Había huellas detrás y delante, pero, sin embargo, parecía que esquivaban esa zona.


Continuamos bajando hasta que llegamos; lo que cuando fluía el agua era una cascada. Enorme. Sin duda en época de lluvias habría una escena de cuento, que, aunque menos impactante en sequía, tenía su encanto.

Bordeamos la zona y descendimos por una zona pedregosa, adentrándonos en la profundidad del cañón. Por lo alto se veía una pareja de águilas cafre, surcando los cielos, vigilantes a nuestra presencia.



Y tras unos kilómetros de caminata cañón abajo, se empezaba a divisar verde a lo lejos. Parecía irreal, un oasis entre tanta sequedad y desolación, con numerosos rastros de babuino en esta última parte del trayecto. Y finalmente llegamos a nuestro destino. El río Orange.

Lo imaginaba mucho más seco.

Pero no, fluía aun con bastante agua (mucha menos de la que llevaba normalmente).

Viktor nos dijo que todo lo verde que veíamos era una especie de árbol invasor, el mezquite dulce (Prosopsis glandulosa), nativo de Sudamérica. Aún así, el enclave era impresionante, una confluencia de colores de la hierba, el agua, las montañas entre las que fluía el río, y el enorme cielo azul que en tierras namibias, rara vez estaba tapizado por nubes.


Paisaje del río y huella de babuino (Papio ursinus)


Una de mis partes favoritas de la granja. En varios días de escapada al río pudimos ver una gran cantidad de especies de aves, muy diferentes a las que hay en antes de atravesar el cañón. Varias especies de martín pescador, pasando fugaces o lanzándose como un arpón para pescar ante nuestros ojos. Ruidosos ibis, enormes garzas, cormoranes soleándose… sin duda una escena que invitaba a repetir la bajada.

Y ranas. Por fin, el primer sitio de Namibia en el que pude ver y escuchar anfibios. Sin duda una zona de gran contraste con las vastas llanuras de arena y roca que predominan en el sur del país.

Y a este paraje hicimos varias escapadas.


De izquierda a derecha: garza goliat (Ardea goliath), abejaruco golondrina (Merops hirundineus), anteojitos del Orange (Zosterops pallidus), abejaruco golondrina, aninga africana (Anhinga rufa), ganso del Nilo (Alopochen aegyptiaca).


El trayecto de 6 km por el cañón cargados con la gran mochila, y sobre todo la subida a la vuelta, hacían que este lugar fuera un tanto tedioso de visitar. Pero es un lugar en el que merece la pena invertir ese esfuerzo.


Yo sabía que había tres especies de martín pescador, ya había visto uno varias veces desde que llegué al río. Y ese día decidimos darnos un pequeño baño y cruzar las islas… un cruce de frontera ilegal, vaya.

Y allí vi la segunda especie.

El que ya había visto era precioso, blanco y negro; el martín pescador pío (Ceryle rudis). Pero este segundo lo era aún más, de colores azules con reflejos verdosos y un marcado naranja. Eso sí, mucho más pequeño.

Y pese a lo bonito que era aún me faltaba la especie que más ansiaba ver… pero no tardó en dejarse ver. El martín africano gigante (Megaceryle maxima).

Al verlo era obvio su gran tamaño comparado con sus parientes, y su vuelo era rápido, lo que lo hacía efímero a la vista. Un color negro casi por completo, que, en su paso fugaz, deslumbraba con ciertos reflejos azulados.

No tan espectacular a la vista por su belleza como el martín pescador malaquita (Corythornis cristatus), pero si impresionante por su tamaño.



Arriba: martín pescador malaquita (Corythornis cristatus), martín gigante africano (Megaceryle maxima). Imágenes sacadas de internet. Abajo: martín pescador pío (Ceryle rudis).


Era una sensación increíble estar en la orilla viendo como a unos metros de distancia, los martines píos se lanzaban en picado para pescar, mientras las lavanderas se movían de unas rocas a otras, y los ibis, cormoranes y garzas cruzaban el río volando.


Ibis sagarado (Threskiornis aethiopicus).


También hubo otra ave que me sedujo desde el momento que la vi… El pigargo vocinglero. Una rapaz de gran tamaño, que no era difícil oír en la zona fluvial, haciendo alusión a su nombre. Porque allí habitaba una pareja de esta especie, y si tenías suerte se dejaban ver por allí.

Y si aún tenías más suerte, como nosotros, se puede dar la situación de que veas a un pigargo realizando un picado vertiginoso desde las alturas para pescar un pez. Una escena que sin duda nos dejó sin aliento y disfrutamos como niños. Como meterse de lleno en un documental, con una maniobra solo digna del ave emblemática que es símbolo nacional, el pigargo vocinglero.



Pigargo vocinglero (Haliaeetus vocifer).


Y con animales como estos y buena compañía, los días en el río se pasaban volando, como llevados por el viento, disfrutando de los sonidos del río, incluidos los estruendosos ibis hadada, emitiendo sus peculiares sonidos entre una gaviota afónica y la queja de un niño.

Sin duda es un sonido muy difícil de definir y explicar, pero inconfundible en el río Orange, al igual que los constantes gritos de los babuinos que nos observaban desde la distancia de las montañas.

Otro pariente de estos primates eran los cercopitecos verdes (Chlorocebus aethiops), que en esta zona del río Orange vivían recluidos en un islote, del que se habían apropiado, y rara vez se dejaban ver, pero pudimos verlos en una de esas ocasiones.


Arriba babuinos (Papio ursinus) y abajo cercopitecos verdes (Chlorocebus aethiops).


Muchas veces hacíamos noche allí, lo que nos permitía levantarnos a las 6, un poco antes del amanecer namibio en invierno, para poder hacer esperas a un animal único y elegante. La nutria sin garras (Aonyx capensis).

En el primer día de espera la nutria no se dejó ver, pero si el enorme martín gigante.

Y fue bastante sorprendente como, horas después y dando un pequeño paseo, vimos a la nutria nadando despreocupada en el río.

Sin lugar a dudas, es un animal que asocias al río, vive en él fluyendo con la corriente, a mi parecer, aún con más afinidad que un pez en el agua. Con elegancia y desparpajo siente el río no solo como su hogar si no como su sitio de juegos, moviéndose a placer por él, saliendo a respirar porque puede y por ver su río desde todas las perspectivas, no solo desde dentro como lo haría un pez.


Arriba: amanecer en el río haciendo esperas a la nutria. Centro: nutria sin garras (Aonyx capensis). Abajo: integrantes de algunas de las expediciones al entorno fluvial.


Y con ese avistamiento, encontramos nuestro sitio de esperarla en posteriores ocasiones. Y así fue que en dos días pudimos ver a la nutria en 4 ocasiones, sintiendo casi que la empezábamos a conocer y ella a nosotros.


La vida bullía en el río, y era para mi un oasis en el que no era necesario buscar concienzudamente para encontrar los animales. Y me encantaba, pero sabía que me quedaban muchas aventuras fuera de él, y en el desierto hay algo que juega en su favor, y es la sorpresa, la ilusión de lo inesperado.

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