2- La región de Karas
- Daniel Hernández
- 16 nov 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 22 abr 2020
Después del safari, al día siguiente nos dirigíamos a la "granja" donde íbamos a estar casi todo el tiempo durante 3 meses. Digo granja entre comillas ya que era un enorme territorio sin explotación ganadera, sino que tenía un fin de conservación.
Teníamos que coger el autobús a Karasburg y allí un coche hasta la granja.
El viaje consiste en un minibús que va entre 9 y 12 horas por una carretera recta interminable, con un tramo de 200km totalmente sin curvas; la recta más larga del país. La duración del trayecto depende del número de paradas que haga por la gente que va en él, pues se recoge y se deja gente por el camino.
Nosotros tuvimos suerte y el autobús salió casi a tiempo y solo tardamos 9 horas.
Un viaje largo y caluroso dentro del vehículo, pero finalmente llegamos a la granja tras hacer algunas compras en Karasburg. Desde ahí a KumKum había otra hora y media de viaje, pero después de lo recorrido, se hizo realmente breve.

Y a la llegada ahí estaban esperándonos Clara y Alba, a quien tenía tantas ganas de ver. La casa era muy acogedora, así que no resultó difícil sentirse cómodo y encariñarse con ella.
Llegamos ya de noche, por lo que no había mucho que hacer más que deshacer maletas, hacer la cena y disfrutar del reencuentro. Y nos recibieron con una de las mejores cosas del país, un braai. Es su manera de llamar a la barbacoa, pero ellos lo hacen de una manera que merece ese nombre propio.
En el sur de Namibia y con la sequía actual, el animal que más se cría y consume es la oveja, ya que es casi el único que puede aguantar esas condiciones, aunque también se consume carne de los ungulados salvajes como carne de caza.
Ese día nos recibieron con carne de oveja y de springbok, especiadas con el sazonador típico del braai.
Para los que os lo preguntéis, no sabía nada a lana y estaba buenísimo.
Con eso empezamos la costumbre de hacer braais con carne, patatas, “gemsquash” (un tipo de calabaza similar al zapallito) y butternut, un tipo de calabaza de sabor dulzón y textura suave cuando se prepara en las brasas. Sin duda fue un gran recibimiento.

Con la luz de la mañana, pudimos ver por fin la granja, y el paisaje era una auténtica locura. Una inmensidad de planicies arenosas con escasa vegetación que sufría la sequía, y un sin fin de cadenas montañosas hasta donde alcanzaba la vista rodeando los llanos.
Y entre las montañas, atravesaban como venas los cauces secos que un par de días al año tras las lluvias se llenarían de agua inundando de vida el paisaje.
En los días sucesivos acompañamos a Alba y Clara en su trabajo para ir reconociendo el terreno.
Ellas tenían que revisar sus cámaras trampa, colocadas con aceite de sardinas como cebo para atraer a los pequeños carnívoros, el foco de su trabajo. Fue emocionante ver los primeros saltarrocas recortando la montaña en la lejanía, y también las imágenes que captaron las cámaras trampa, con fotos de mangostas, chacal, zorro orejudo, zorro del cabo, caracal, cebra y orix entre otros.
De izquierda a derecha: lobo de tierra (Proteles cristatus), hiena marrón (Hyaena brunnea), mangosta rufa (Galerella sanguinea), caracal (Caracal caracal), aguila cafre (Aquila verreauxii) y cerdo hormiguero (Orycteropus afer)
Y algo que también me gustó mucho es que ese sustrato arenoso era muy propicio para las huellas. Encontramos huellas por todos lados, podías ver como habían pasado por allí orix, cebras, kudus, saltarrocas, mangostas y leopardos. Había huellas incluso a pocos metros de la casa. Esos animales tan esquivos, que durante la noche pasan más cerca de lo que pensamos, aprovechando la oscuridad nocturna como su mayor aliada.
Huellas de leopardo. Para su identificación mediante guías, es necesario una referencia de tamaño en la imagen.
Y por supuesto la ilusión al encontrar el primer gecko, el primer Trachylepis o Pedioplanis, totalmente nuevos para nosotros. Unos reptiles que los primeros días salían fugaces entre las rocas cuando calentaba un poco el sol, cada uno con su apariencia y comportamiento diferente.
Los lagartos de arena occidentales (Pedioplanis inornata) nos sorprendían con su danza moviendo las patas delanteras como si nadasen a crol y sus rápidos sprints que solo dejaban la larga estela roja de su cola durante unos instantes.
Los escincos de roca occidentales (Trachylepis sulcata) eran más calmados, robustos y coquetos, con una enorme diferencia entre machos y hembras.
Y los geckos (Chondrodactylus sp.) muy esquivos con la temperatura invernal, se mostraban rara vez, pero se mostraban rápidos y atrevidos cuando salían, siempre trepando por las paredes.
De izquierda a derecha: Pedioplanis inornata, hembra de Trachylepis sulcata, Chondrodactylus turneri, Chondrodactylus bibronii.
Con el paso de los días encontramos a uno de los animales que más tenía ganas de ver; la víbora cornuda (Bitis caudalis). Preciosa, con mal genio…toda una belleza. Esos cuernos que le daban un aire de fiereza, las pupilas verticales que hacían de su mirada una seria advertencia, las escamas tan carenadas que le otorgaban un traje elegante, pero a la vez robusto… todo en ella me fascinaba.
Era como estar mirando un ser de otro mundo, una maravilla sacada de los cuentos de fantasía o de mitología antigua. Sin duda este animal se alejaba en mi mente de la palabra serpiente que la gente utiliza para calificar con tono despectivo a estos reptiles. Sentía que el trozo de desierto en el que nosotros estábamos le pertenecía, al igual que la puesta de sol, que brillaba solo para ella, demostrándonos a todos quien regía en ese lugar pese a su tamaño. Se escabulló entre las rocas. Solo deseaba toparme con ella en más ocasiones.
Comments