6- Vuelta al trabajo en Karas
- Daniel Hernández
- 23 ene 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 15 may 2020
Después de recargar pilas en Etosha, estaba preparado para volver a buscar más reptiles.
No es que no me encantase buscar animales en el sur, pero hay algo que ocurre en este zona, y es que aunque la diversidad de especies es bastante grande, la abundancia es escasísima, y puedes tirarte días sin ver nada nuevo o directamente sin ver apenas un reptil. Lo cual desgasta mucho psicológicamente. Horas y horas andadas con una metodología bastante estricta para no encontrar nada...
Pero al volver, tenía la suerte de mi lado. Tuve una muy buena semana, de estas que me daban ganas hasta de echar la lotería por si acaso.
En 4 días encontré 3 especies diferentes que aún no había visto, algunas que me dejaron alucinando. Ah, y volví a ver una víbora cornuda, esa venenosa preciosidad.
Una de esas especies fue el Cordylosaurus subtesellatus, un lagarto precioso de cola azul, que se oculta en las grietas o debajo de rocas. Pero es un animal extremadamente rápido, por lo que no pude fotografiarlo. Pero aquí os dejo una fotografía del animalillo.
Fue curioso que uno de los ejemplares que vimos, lo vio mi compañero Germán atacando a un gecko en pleno día, como todo un macarra, con una actitud racista muy poco propia de los escamosos de sangre fría, pues no es que estuviera depredándolo, sino que es insectívoro. Al observador de esa escena le encantó, y a mí por una parte me dio envidia no haberlo visto, pero por otra no me gusta ver agresiones racistas de ese tipo.

Imagen cedida por Francois Theart
Otra fue el Namibiana occidentalis, un animal que sin el atento ojo experto puede ser fácilmente confundido con una lombriz extraña. Pese a su apariencia muy poco amenazante y su dieta mirmecófaga, es un ofidio realmente interesante, en parte por su extraño aspecto y por su vida fosorial, que lo hace difícil de ver.
Pertenece a la familia Typhlopidae, y os cuento esto porque varias especies de la familia son capaces de reproducirse por partenogénesis, sin necesidad de dos individuos de sexo opuesto para tener descendencia. Esto, junto a que viven en la tierra, ha hecho que se conviertan en especies invasoras en varios puntos del globo, al ser transportados en macetas de plantas ornamentales exportadas al extranjero. Y con su potencial reproductivo, un solo individuo puede generar cientos.
Sus ojos me sorprendieron, y en parte me resultaron graciosos, ya que al tener esa vida fosorial están muy poco desarrollados, hasta el punto de ser ojos vestigiales (ocelos), capaces tan solo de detectar la luz. Y aunque ya lo había leído en bibliografía, me sorprendió verlos en directo.
Hubo una especie que habíamos oído durante muchos atardeceres y noches desde nuestra llegada, pero a pesar de nuestros esfuerzos, nunca los habíamos podido ver ni capturar. Estos eran los Ptenopues garrulus maculatus, los "geckos ladradores", una especie que construye madrigueras bastante profundas (hasta un metro de profundidad).
Cuando las temperaturas no son muy bajas, los machos salen a la puerta de sus madrigueras a llamar a las hembras mediante "ladridos".
Sin embargo, son muy pequeños y se desplazan rápidamente sobre la arena, por lo que es muy difícil verlos antes de que huyan. No poseen dedos largos adaptados a ello como otras especies, pero sí unas escamas especiales en los dedos.
¿Y cómo los vimos? Pues fue después de un día de viento fuerte en el que hubo tormenta de arena, y sabíamos que era una muy buena oportunidad ya que la lluvia y el viento hacen que sus madrigueras se tapen parcial o totalmente y hay mayor probabilidad de verlos merodeando por la arena. Y así fue, así vimos a este curioso reptil.
Los machos poseen esa mancha amarilla en la garganta que se puede apreciar en las fotos.
Y he dejado para el final el que para mí fue uno de los mejores hallazgos en tierras namibias. El Pachydactylus rugosus. Un gecko único, el que más ganas tenía de ver. El ejemplar que encontré tenía la cola regenerada debido a algún altercado previo del que salió malparado. La cola es uno de sus rasgos más remarcables y bonitos, pero aun sin ella en su máximo esplendor, su cara y su cuerpo no se quedan atrás. Como una foto vale más que mil palabras, no añadiré ninguna más, y aquí os lo dejo.
Y por supuesto no me olvido de la víbora cornuda, que estaba cómodamente enterrada en la arena y me permitió hacerle algunas fotos. Un ejemplar precioso, pues la especie presenta una variabilidad de colores bastante amplia, y esta tenía unos colores anaranjados como la arena en la que se ocultaba. Simplemente preciosa.
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